La colina de Taizé
Por Giovanni Maria Vian
CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 28 de agosto de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito Giovanni Maria Vian, director de "L'Osservatore Romano", a los setenta años de la llegada del hermano Roger Schutz a la Colina de Taizé.
Era el 20 de agosto de 1940, hace setenta años, cuando Roger Schutz llegó por primera vez a Taizé. En aquel verano de guerra en
En el calendario litúrgico el 20 de agosto es la fiesta de san Bernardo, que vivió en Cîteaux, no muy distante de Taizé, que a su vez se encuentra a pocos kilómetros de Cluny: bajo el signo de reformas monásticas que han marcado la historia de
Precisamente la vocación monástica había atraído siempre a Roger y a sus compañeros, todos de origen protestante, pero sensibles a la riqueza de las distintas corrientes cristianas y que se comprometieron ya en
En 1962 el prior, con algunos hermanos, comenzó en el más absoluto secreto una serie de visitas a algunos países del Este europeo, mientras que en agosto se inauguró en Taizé una moderna Iglesia de
Para la apertura de un "concilio de los jóvenes" en agosto de 1974 llegaron a Taizé más de cuarenta mil de toda Europa, alojados en un campamento de tiendas, en una precariedad agravada por una lluvia torrencial. Entre ellos pasaba imperturbable el cardenal Johannes Willebrands, enviado por Pablo VI, hablando con amabilidad a los jóvenes de poco más de veinte años que se le acercaban, manchados de barro y cansados, pero impresionados por la apuesta ecuménica de la comunidad. A ellos, durante décadas, en el surco de la grande tradición cristiana, el hermano Roger dirigía cada tarde una breve meditación, y después de la oración se detenía a acoger y escuchar a quienes querían hablarle o sólo acercarse a él.
Esta fue, en los años de la contestación juvenil y del alejamiento de muchos de la fe, la revolución de Taizé. Lucha y contemplación había decidido titular el diario de aquellos años el prior, mientras la comunidad comenzaba una "peregrinación de confianza" en los distintos continentes. Buscando la reconciliación y compartir las pobrezas del mundo, reavivando la fe casi apagada en numerosos contextos de Europa central, sosteniendo su llamita en los países sofocados por el comunismo, acostumbrando a muchos jóvenes católicos a una apertura todavía más amplia.
Taizé nunca quiso constituir un movimiento, pero siempre impulsó a comprometerse en las parroquias y en las realidades locales: practicando la acogida, alentando a los pacíficos de la bienaventuranza evangélica, trabajando para la unión entre las Iglesias y las comunidades de los creyentes en Cristo, mostrando la vitalidad y la eficacia de un camino ecuménico espiritual. Que sepa reconciliar en sí mismo -el hermano Roger, notre frère, lo había aprendido de joven y lo testimonió durante toda la vida, auténtico pionero de un "ecumenismo de la santidad" como ha escrito el cardenal Bertone en nombre de Benedicto XVI- las riquezas de las distintas confesiones cristianas: la atención a